La noche parecía infinita, un lienzo opaco pintado con pinceladas de incertidumbre. Arrastro los pies, cansados, pero no tanto por el peso de mi cuerpo, sino por el de mi mente. No hay estrellas que guíen mis pasos; camino a oscuras, abrazando el vacío que me envuelve.
La voz de la desesperanza susurra: “Detente. Aquí acaba el camino”. Pero dentro de mí, un latido rebelde se niega a ceder. Cargo mi alma como quien lleva una jarra agrietada, sabiendo que pierde gotas en cada paso. ¿Qué queda en ella? Tal vez solo cenizas de lo que alguna vez fui.
Me detengo al borde de un viejo puente, el río susurra bajo mis pies. El agua negra refleja la nada y el todo. “¿Qué buscas aquí?”, me pregunto. Y, como un eco, el río responde en mi mente: “Busco soltar, busco dejar caer todo lo que no soy, todo lo que pesa”.
Tomo aire, no como quien respira, sino como quien se llena de coraje. Mis manos, temblorosas, se vacían de las piedras que había recogido en mi viaje: culpas ajenas, miedos que no me pertenecen, palabras que nunca dije. Las dejo caer al agua, una a una, con un sonido que resuena como un latido profundo.
En ese momento, no hay luz que ilumine el cielo, pero algo dentro de mí comienza a brillar. La jarra agrietada que cargo no está vacía; aún queda en ella un hilo de esperanza, lo bastante fuerte para hilar un nuevo amanecer.
Camino de regreso, los pies aún arrastran, pero ya no es el peso de la derrota. Camino a oscuras, sí, pero ahora entiendo que la oscuridad también es parte del camino, que alberga secretos y fuerza. Cargo mi alma, no como una carga, sino como un regalo, sabiendo que cada grieta en ella es una entrada para la luz.
A veces, la vida se siente como esa noche interminable: cargada de sombras, pérdida y desorientación. Pero en esa misma oscuridad, podemos aprender a soltar lo que nos frena, a redescubrir el valor de cada paso y a comprender que incluso los pies cansados avanzan.
Si alguna vez te encuentras diciendo: “Arrastro los pies, camino a oscuras, cargo mi alma”, recuerda que el acto de continuar ya es un triunfo. Porque no importa cuánto duela, siempre hay algo al otro lado del puente. Y lo que queda al soltar puede ser más hermoso de lo que jamás imaginaste.
Comparte esta historia con alguien que necesite un recordatorio de que, incluso en la noche más larga, renacer es posible.
Comentarios
Publicar un comentario