Hoy ha venido a mi memoria una historia que leí hace tiempo en el libro Mujeres que corren con los lobos.Al leerla, desde la primera letra hasta el último espacio, sentí que la piel se me ponía de gallina mientras un suave cosquilleo recorría cada célula de mi cuerpo y acariciaba mi alma queriendo recordar.... Gracias.
Hay
una vieja que vive en un escondrijo del alma que todos conocen pero muy
pocos han visto. Como en los cuentos de hadas de la Europa del este, la
vieja espera que los que se han extraviado, los caminantes y los
buscadores acudan a verla.
Es circunspecta, a menudo peluda y siempre gorda, y, por encima de
todo, desea evitar cualquier clase de compañía. Cacarea como las
gallinas, canta como las aves y por regla general emite más sonidos
animales que humanos.
Podría decir que vive entre las desgastadas laderas de granito del
territorio indio de Tarahumara. O que está enterrada en las afueras de
Phoenix en las inmediaciones de un pozo. Quizá la podríamos ver viajando
al sur hacia Monte Albán 3 en un viejo cacharro con el cristal trasero
roto por un disparo. O esperando al borde de la autovía cerca de El Paso
o desplazándose con unos camioneros a Morella, México, o dirigiéndose
al mercado de Oaxaca, cargada con unos haces de leña integrados por
ramas de extrañas formas. Se la conoce con distintos nombres: La
Huesera, La Trapera y La Loba.
La única tarea de La Loba consiste en recoger huesos. Recoge y
conserva sobre todo lo que corre peligro de perderse. Su cueva está
llena de huesos de todas las criaturas del desierto: venados, serpientes
de cascabel, cuervos. Pero su especialidad son los lobos.
Se arrastra, trepa y recorre las montañas y los arroyos en busca de
huesos de lobo y, cuando ha juntado un esqueleto entero, cuando el
último hueso está en su sitio y tiene ante sus ojos la hermosa escultura
blanca de la criatura, se sienta junto al fuego y piensa qué canción va
a cantar.
Cuando ya lo ha decidido, se sitúa al lado de la criatura, levanta
los brazos sobre ella y se pone a cantar. Entonces los huesos de las
costillas y los huesos de las patas del lobo se cubren de carne y a la
criatura le crece el pelo. La Loba canta un poco más y la criatura cobra
vida y su fuerte y peluda cola se curva hacia arriba.
La Loba sigue cantando y la criatura lobuna empieza a respirar.
La Loba canta con tal intensidad que el suelo del desierto se
estremece y, mientras ella canta, el lobo abre los ojos, pega un brinco y
escapa corriendo cañón abajo.
En algún momento de su carrera, debido a la velocidad o a su
chapoteo en el agua del arroyo que está cruzando, a un rayo de sol o a
un rayo de luna que le ilumina directamente el costado, el lobo se
transforma de repente en una mujer que corre libremente hacia el
horizonte, riéndose a carcajadas.
Recuerda que, si te adentras en el desierto y está a punto de
ponerse el sol y quizá te has extraviado un poquito y te sientes
cansada, estás de suerte, pues bien pudiera ser que le cayeras en gracia
a La Loba y ella te enseñara una cosa… una cosa del alma.
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Todos iniciamos nuestra andadura como un saco de huesos
perdidos en algún lugar del desierto, un esqueleto desmontado, oculto
bajo la arena. Nuestra misión es recuperar las distintas piezas.
Un proceso muy minucioso que conviene llevar a cabo cuando las sombras
son apropiadas, pues hay que buscar mucho. La Loba nos enseña lo que
tenemos que buscar, la fuerza indestructible de la vida, los huesos.
La
tarea de La Loba se podría considerar un cuento milagro, pues nos
muestra lo que puede ser beneficioso para el alma. Es un cuento de
resurrección acerca de la conexión subterránea con la Mujer Salvaje. Nos promete que, si cantamos la canción , podremos conjurar
los restos psíquicos del alma salvaje y devolverle su forma vital por
medio de nuestro canto.
La loba canta sobre los huesos que ha recogido. Cantar significa utilizar la voz del alma. Significa decir la verdad acerca
del propio poder y la propia necesidad, infundir alma a lo que está
enfermo o necesita recuperarse. Y eso se hace descendiendo a las mayores
profundidades
del amor y del sentimiento hasta conseguir que el deseo de relación con
el Yo salvaje se desborde para poder hablar con la propia alma desde
este estado de ánimo. Eso de cantar sobre los huesos. No podemos cometer
el error de intentar obtener de un amante este gran sentimiento de
amor, pues el esfuerzo femenino de descubrir y cantar el himno de la
creación es una tarea solitaria, una tarea que se cumple en el desierto
de la psique.
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