Después de días sin salir a la calle,
hoy no me ha quedado más remedio.
Está nublado, hace viento, llueve...
como dice una amiga:
" mal tiempo, buen día".
Camino por una plaza,
compro flores, margaritas.
La florista me regala una rosa.
Empieza a llover,
la gente acelera el paso,
marea de paraguas desplegados.
Sonrío,
pienso en resguardarme en una librería, pero sigo caminando.
La lluvia arrecia,
se oye el agua en las alcantarillas,
charcos en las aceras.
Semáforo en rojo,
y yo,
sigo sonriendo.
La gente me mira.
A mi, o a mis margaritas,
o tal vez, miran el paraguas
que cuelga de mi brazo.
Verde!,
un chico me sonríe,
y yo... más.
Mi pelo está empapado,
el agua recorre mi rostro,
fresca, pura, limpia,
una caricia del cielo.
Me dejo acariciar, abrazar,
hasta los huesos.
Casi he llegado al coche,
paso por un jardín de enormes rododendros,
estoy a punto de bailar,
girar y girar y girar...
No me importan las miradas.
No quiero que termine.
Me paro,
cierro los ojos,
respiro profundamente,
extiendo los brazos,
las palmas hacia arriba,
y me entrego.
Me siento llena, repleta,
la sonrisa de mi rostro
es una sonrisa del alma.
Soy una con el agua,
con los árboles,
con la gente que pasa a mi lado
y me ignora, o no.
Yo también vengo de las nubes,
yo también soy agua.
Desciendo de un linaje antiguo
de mujeres,
que florecen bajo la lluvia.
Dora.
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