Hace mucho, en un valle lejano, vivía una joven llamada Elena . Ella era conocida por su espíritu inquieto, siempre soñando con aventuras, con caminos que la llevaran más allá de las montañas, al otro lado del vasto océano. Sin embargo, había algo que la detenía. Una presencia sutil pero constante: el miedo.
El miedo se colaba en sus pensamientos, susurrándole todas las razones por las cuales no debía dar un paso adelante. "¿Qué pasará si te pierdes?", "¿Y si fallas?", "¿Y si te juzgan?". Y así, día tras día, Elena vio cómo sus sueños se quedaban atrapados en el aire, suspendidos en ese espacio entre el deseo y el miedo.
Una noche, mientras dormía inquieta, escuchó una suave voz que parecía venir de todas partes y de ninguna. Era una voz antigua, una voz llena de sabiduría que decía:
— ¿Qué harías si no tuvieras miedo, Elena?
Elena se despertó de golpe, pero la voz seguía resonando en su mente. ¿Qué haría si no tuviera miedo? Se levantó de la cama, salió de su casa y caminó hacia el bosque cercano. Mientras avanzaba, la luna iluminaba su camino, y la pregunta seguía revoloteando en su cabeza como un hechizo recién lanzado.
De repente, el viento comenzó a soplar con fuerza, y ante ella apareció una figura luminosa. Era una anciana hechicera , su piel como la corteza de los árboles y sus ojos brillantes como las estrellas.
— Soy la guardiana de los caminos no recorridos —dijo la hechicera—. Vengo a mostrarte lo que yace más allá de tu miedo.
Con un movimiento de su mano, abrió un portal que mostraba un mundo lleno de colores vibrantes y maravillas desconocidas. Elena vio versiones de sí misma que había querido ser: una navegante surcando aguas desconocidas, una guerrera liderando a su gente, una sanadora trayendo luz a los rincones más oscuros.
— Todo esto podrías ser, todo esto te espera —susurró la hechicera—. Pero solo si caminas sin miedo.
Elena, con los ojos llenos de asombro, preguntó:
— ¿Y cómo lo hago? ¿Cómo dejo de tener miedo?
La hechicera sonrió, y su respuesta fue simple:
— No puedes. El miedo siempre estará, pero no es el enemigo. Es solo una sombra, un compañero silencioso. No debes luchar contra él, solo reconocerlo y avanzar de todos los modos.
Con esas palabras, la visión desapareció. Elena se quedó sola en el bosque, pero algo dentro de ella había cambiado. Al día siguiente, tomó una mochila ligera y salió de su pueblo sin mirar atrás. Sentía el miedo en cada paso, pero lo reconoció, lo saludó, y continuó.
Atravesó montañas, navegó ríos, y con el tiempo, descubrió que el miedo ya no era una barrera. Se había convertido en un recordatorio de que estaba viva, de que cada paso hacia lo desconocido era un acto de valentía.
Y así, Elena se convirtió en leyenda, no porque no tuviera miedo, sino porque eligió vivir como si no lo tuviera. Y en ese viaje, no encontró aventuras en solitario, sino su verdadero lugar en el mundo.
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