Las hadas son seres muy, muy curiosos, quizás por eso el hada de este cuento acostumbrada ella a vivir siempre en un profundo bosque lleno de luz, el día que vio a lo lejos un prado, quiso saber qué se sentiría al vivir en un sitio tan amplio, con aquellas flores altas y blancas que había por todas partes… no tuvo que pensar demasiado, no dudó un instante, casi sin querer salió corriendo, con las coletas al viento riendo y asustando a más de una hormiga con la que se cruzó por su agitada prisa… quizá no se dio cuenta de lo que ocurría hasta que estuvo bien encaramada en lo alto de la flor, los hombros apoyados en una ramita, la cabeza abajo, las coletas colgándole en el vacío, cerró los ojos, e inspiró el aroma de aquellas delicadas flores, unas flores que era la primera vez que veía tan de cerca, unas flores llenas de estambres, con los pistilos cargados de polen para las afanosas abejas que curiosamente no se veían por allí.
Abrió los ojos todo lo que pudo. Nunca se había percatado de que ocurriera aquello en su mundo…
De buenas a primeras el sol había desaparecido, el cielo ya no era azul, sino de un color oscuro, y en aquella negritud, empezaban a aparecer unas lucecitas de colores, unas más grandes, otras más pequeñas, las había rojas, y también azules, las había claras, tan, tan claras que por vez primera pudo ver toda la extensión de la pradera con la luz titilante de aquellas estrellas que entendió, le daban su nombre, sonrió, y sintió un amor muy profundo en su corazón, un amor que no le era del todo desconocido, pero que hasta entonces nunca supo que podía ser tan grande.
Abrió los ojos todo lo que pudo. Nunca se había percatado de que ocurriera aquello en su mundo…
De buenas a primeras el sol había desaparecido, el cielo ya no era azul, sino de un color oscuro, y en aquella negritud, empezaban a aparecer unas lucecitas de colores, unas más grandes, otras más pequeñas, las había rojas, y también azules, las había claras, tan, tan claras que por vez primera pudo ver toda la extensión de la pradera con la luz titilante de aquellas estrellas que entendió, le daban su nombre, sonrió, y sintió un amor muy profundo en su corazón, un amor que no le era del todo desconocido, pero que hasta entonces nunca supo que podía ser tan grande.
Karl.
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