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Y tú qué miras?



Y tú qué miras? – Me preguntó alguien desde un rincón.

¿Por qué me ves? – Le respondí sin saber a ciencia cierta quién me hablaba.


El silencio volvió a inundar aquél bosque profundo al que me había llevado la curiosidad tras leer un pequeño relato hecho por el distinto de aquél típico pueblo gallego que entre pinares desaparecía una y otra vez a cada curva que me aproximó a aquél lugar desde la populosa Madrid y que había salido en un periódico de pequeña tirada dedicada a todos los humanos que pensábamos que no estábamos solos en el universo, que en un lugar tan grande, con tantas cuerdas, con tantas dimensiones.


El relato venía a decir que un lugareño había estado desaparecido 18 días, que en el pueblo habían estado buscándole por el bosque en el que un paisano le había visto entrar, y que cuándo por fin había aparecido hablaba de hadas, duendes, y pequeños seres mágicos con los que se había topado mientras hacían una fiesta nocturna alrededor de una pequeña fogata, decía también que había sido su invitado durante aquellos días, y para demostrar que no estaba loco mostró a todo aquél que prestó atención unas pequeñas monedas de oro con signos extraños, mientras afirmaba que le habían regalado un pequeño caldero lleno de ellas.


Supuso que la incredulidad, o quizá la seriedad del resto de medios de comunicación de masas, les impidió reproducir aquella historia, por eso cuándo llegó al pueblito los paisanos del lugar se extrañaron de que apareciera preguntando por aquél tema, nadie antes lo había hecho… habló con el paisano que le interesaba, le mostró una de aquellas monedas señalándole los extraños símbolos que le recordaron a algunas runas de las llamadas druidas; aquello reavivó el interés que le había llevado hasta allí, le pidió que le dijera por dónde se había metido en el bosque y por dónde había caminado…


Tras dos largos días de caminata se encontraba allí, en la profundidad de un bosque que había ido cambiando su flora, su arboleda, si al principio veía básicamente pinos, ahora se encontraba en un extenso robledal de troncos grandísimos, que podían llevar allí cientos de años, se había cruzado también con algún tilo, y lo más extraño, con algún tejo... luego se había ensimismado, recordaba alguna leyenda celta, irlandesa, quizá algún mito en el que el tejo estaba muy presente junto con el círculo de poder, pensó en los símbolos druidas, pensó en los monumentos megalíticos como círculos de poder, y cuándo estaba más pensativo, más ensimismado había escuchado aquella vocecilla…


Buscó sus viejas gafas en la pequeña mochila que le acompañaba a todas partes, se las caló, y prestó toda la atención que pudo en mirar cada hoja, cada flor, cada piedra ¿cada piedra?, giro lentamente sobre si, y pudo comprobar que se hallaba dentro de un enorme círculo de poder, enorme por sus megalíticas piedras, era cómo si lo que había pensado antes se hubiera hecho realidad… sobre una de las piedras, en una esquina vio ¿un hada? ¿Realmente era aquél bichito un hada?

"¡No soy un bichito!" - Escuchó de nuevo la vocecita.

¡No había articulado palabra, sólo lo había pensado!

"¿Piensas acaso que tus pensamientos son tuyos?" – Escuchó de nuevo aquella voz.

Intentó que sus pensamientos no fueran hacia las monedas, hacia las runas, el periódico, su curiosidad, la gran ciudad, intentó pensar una pregunta, pero le fue imposible del todo…


Su nerviosismo fue en aumento, había leído de todo sobre hadas, que eran unos seres alegres y apacibles, pero también que eran sanguinarias y crueles, ¿qué de verdad habría en ello?

"¡Nada me puede pasar, estoy dentro del círculo de poder, nadie puede entrar sin ser invitado…!" – Intentó tranquilizarse.


"¿Acaso crees que no puedo entrar en mi propia casa?" – Escuchó preguntar de nuevo al hada.

Temores… pensó que sabría estar desinhibido, que sabría ponerse a la altura de las circunstancias y preguntar todo lo que siempre le había interesado, cerró los ojos, intentó escuchar la música del universo, se fue serenando poco a poco, lentamente, sabía que aquél encuentro no era fortuito, porque nada hay fortuito en el universo.

"Creo que ya estoy preparado para preguntarte" – comentó en alta voz dirigiéndose al hada que había sobre la piedra.


"Las respuestas a tus preguntas están dentro de ti, por eso, cuándo llegaste te hice la única pregunta que realmente dará respuesta a tus interrogantes" – respondió el hada poniéndose seria.

"¿Y tú qué miras?" – Se encontró pensando.


¿Y tú qué miras? ¿Era la pregunta que realmente importaba? Se miró de nuevo el ombligo, cómo había hecho en tantas ocasiones anteriores, sonrió con el alma al pensar que la pregunta no podía estar mejor formulada, al menos en lo que respectaba a él como persona…


Quizá las hadas sólo eran aquellos magníficos seres que sabían dar a cada persona lo que realmente les importaba, al paisano le dieron oro, a él una pregunta con una única respuesta…


Cuándo volvió a Madrid se dispuso a escribir un artículo para la sección del periódico en el que trabajaba, estuvo dos días enteros frente a la página en blanco del procesador de textos de su ordenador, y al final le entregó a su redactor una única línea que salió publicada a pesar de las protestas de su jefe.


Los lectores del periódico pudieron leer aquella mañana el artículo más corto que nunca escribiera, la frase decía:


¿Y tú qué miras?

Karl

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