Ante el claro se abría un camino.
Ante el camino había una fuente.
De la fuente salían seis chorros.
De cada chorro mil colores.
Karl Waldmann
Ensimismado miró aquél conjunto: claro, camino, fuente, chorros, colores.
Miró a su derecha. Una senda salía del claro.
Miró a la izquierda, vio otra senda aparentemente igual. Oteó el horizonte y pensó que aquél era un sitio tan bueno cómo cualquier otro para morir.
Bajó del caballo, extrajo la espada de la funda y se encaminó hacia dónde el claro dejaba de serlo para convertirse en un bosque bastante frondoso.
Con la espada trazó un círculo sobre la tierra, entró en él y convocó a sus ancestros, a la Diosa y al Dios.
Las fuerzas le flaqueaban, pensó en ella. Se tumbó en el centro, sujetó la espada sobre su pecho, la cruz en lo alto, la punta dirigida hacia él, sonrió, y comenzó a cantar en una extraña lengua. El bosque cobró vida, los árboles mecieron sus copas dejando pasar rayos de sol acá y allá.
"Os he convocado aquí para que me veáis morir" – musitó.
El viento del norte movió las hojas del suelo, oyó relinchar a su viejo caballo, después el sonido de diez mil cascos, el fragor de una batalla, hombres contra hombres, picas contra espadas, hachas contra lanzas, armaduras contra jubones. Aquella no era su guerra, su guerra se desarrollaba en otro plano, en otro tiempo, desde hacía tanto que ya casi no podía recordar el rostro del Dios.
"Espíritu inquieto, no eres quién para quitarte la vida" – oyó una voz.
Sobre un árbol una mujer sostenía su espada, amarrada por un cordel.
Abrió el círculo y la invitó a entrar, luego lo cerró y se sentó frente a ella.
Lentamente unieron sus almas mientras sus cuerpos se movían erráticamente, lenta, pausadamente. Y la verdad florecía aquí y allá en forma de luciérnagas de variados colores.
"El color es una de las formas en que el amor se manifiesta" – se dijo a sí mismo – "El brillo de sus ojos, otra. La amo desde siempre, la amaré por siempre"
Abrió los ojos a la vez que ella, miráronse las pupilas, el brillo, la manera de mirar.
"Te Amo" – musitaron.
Los pasos se hicieron más cercanos. El sonido de una espada atravesando el aire fue lo último que escucharon, sus cabezas rodaron por el suelo.
El círculo de poder abrigó sus almas, las juntó de nuevo, hacía tanto que no se encontraban…
El Dios comenzó a alejarse mientras la Diosa bendecía la unión, y los ancestros iban desapareciendo, satisfechos con lo ocurrido. Otro de ellos volvía a ser Uno.
El bosque comenzó a arder poco después, sobre su suelo quedó grabado el círculo, fundida la piedra, hecha la unión, entre tú y yo.
Karl Waldmann
"Contos Galegos"
Ante el camino había una fuente.
De la fuente salían seis chorros.
De cada chorro mil colores.
Karl Waldmann
Ensimismado miró aquél conjunto: claro, camino, fuente, chorros, colores.
Miró a su derecha. Una senda salía del claro.
Miró a la izquierda, vio otra senda aparentemente igual. Oteó el horizonte y pensó que aquél era un sitio tan bueno cómo cualquier otro para morir.
Bajó del caballo, extrajo la espada de la funda y se encaminó hacia dónde el claro dejaba de serlo para convertirse en un bosque bastante frondoso.
Con la espada trazó un círculo sobre la tierra, entró en él y convocó a sus ancestros, a la Diosa y al Dios.
Las fuerzas le flaqueaban, pensó en ella. Se tumbó en el centro, sujetó la espada sobre su pecho, la cruz en lo alto, la punta dirigida hacia él, sonrió, y comenzó a cantar en una extraña lengua. El bosque cobró vida, los árboles mecieron sus copas dejando pasar rayos de sol acá y allá.
"Os he convocado aquí para que me veáis morir" – musitó.
El viento del norte movió las hojas del suelo, oyó relinchar a su viejo caballo, después el sonido de diez mil cascos, el fragor de una batalla, hombres contra hombres, picas contra espadas, hachas contra lanzas, armaduras contra jubones. Aquella no era su guerra, su guerra se desarrollaba en otro plano, en otro tiempo, desde hacía tanto que ya casi no podía recordar el rostro del Dios.
"Espíritu inquieto, no eres quién para quitarte la vida" – oyó una voz.
Sobre un árbol una mujer sostenía su espada, amarrada por un cordel.
Abrió el círculo y la invitó a entrar, luego lo cerró y se sentó frente a ella.
Lentamente unieron sus almas mientras sus cuerpos se movían erráticamente, lenta, pausadamente. Y la verdad florecía aquí y allá en forma de luciérnagas de variados colores.
"El color es una de las formas en que el amor se manifiesta" – se dijo a sí mismo – "El brillo de sus ojos, otra. La amo desde siempre, la amaré por siempre"
Abrió los ojos a la vez que ella, miráronse las pupilas, el brillo, la manera de mirar.
"Te Amo" – musitaron.
Los pasos se hicieron más cercanos. El sonido de una espada atravesando el aire fue lo último que escucharon, sus cabezas rodaron por el suelo.
El círculo de poder abrigó sus almas, las juntó de nuevo, hacía tanto que no se encontraban…
El Dios comenzó a alejarse mientras la Diosa bendecía la unión, y los ancestros iban desapareciendo, satisfechos con lo ocurrido. Otro de ellos volvía a ser Uno.
El bosque comenzó a arder poco después, sobre su suelo quedó grabado el círculo, fundida la piedra, hecha la unión, entre tú y yo.
Karl Waldmann
"Contos Galegos"
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